viernes, 23 de noviembre de 2012

¿A qué huelen las nubes en Internet?

Para los medios convencionales es difícil poner precio a sus productos en soporte digital


Confieso que cuando leo reflexiones acerca del coste de un artículo de prensa en Internet, una canción en Spotify, o mis datos personales en Facebook, me viene a la mente la frase de aquel anuncio de compresas: "¿a qué huelen las nubes?" Determinar el valor de un bien/contenido en Internet puede ser tan arduo como responder en prosa a la pregunta de anuncio de la tele. Tal vez algún día un grupo de economistas de alguna universidad anglosajona se aplique a ello y lo haga con tanto éxito como para merecer el Nobel del ramo.


Los que se mueven con comodidad en el mundo de la teoría económica tienen ventaja sobre mí, pero aún así voy a atreverme a pensar por escrito sobre el asunto, a riesgo de no ser demasiado riguroso. El problema, en el caso de los contenidos -los datos personales son otro caso, diferente-, procede del hecho que tenemos dos mundos casi opuestos que conviven: los medios herederos de la era analógica, el conglomerado heterogéneo que vemos etiquetado como legacy media; y los digitales, hijos del tiempo de los semiconductores y las redes.

Para las industrias digitales, la desaparición del soporte físico -ya sea papel, DVC o CD- simplifica el proceso, no solo de producción, sino también de distribución: los almacenes y camiones de reparto, los albaranes de entrega y las consultas al distribuidor quedan fuera del escandallo en dirección a los libros de historia.

La desaparición del soporte físico trae consigo otra novedad: cambia completamente el concepto de unidad de producto. Lo entendió Apple cuando en 2003 lanzó el iTunes Music Store, que vendía la música ¡por canciones!, a 0,99 $ cada una. Llevado al terreno de la prensa, ¿dónde está escrito que los periódicos se adquieran por ediciones diarias? ¿Puedo comprar una noticia sola? ¿Por cuánto? ¿Y no podría suscribirme al seguimiento de un tema, por ejemplo el Barça esta temporada o una campaña electoral?

¿Pagaríamos 30 cent. por artículo? Eso se preguntaba el corresponsal tecnológico de la BBC. La cuestión va más allá de un problema de dinero, y remite al ya casi viejo asunto de los micropagos. ¿Compensa una secuencia de varios clics, previo registro, para una transacción de esta magnitud? Si tenemos al usuario demasiado entretenido de un lado para otro, cuando lo que deseaba era acceder a la noticia, lo más probable es que nos deje plantados. Al otro lado del problema, los costes fijos de una transacción de 30 céntimos son los mismos que los de una de 500 euros, por lo que medios de pago -PayPal, Visa, Mastercard- y prestadores de servicios en la red -Google, Apple, Microsoft, compañías telefónicas- impulsan estudios y buscan alianzas para resolver este tipo de problemas.

Hay soluciones, y habrá más. Desde el freemium -un mínimo de contenidos gratis y luego una valla para pagar, el famoso paywall- hasta la suscripción o el pago directo por contenido. Todo ello abre nuevas opciones de ingresos pero sigue sin despejar el horizonte de viabilidad de los viejos medios. Cuando hay que pagar los lectores se van: el Times de Londres ha perdido el 80% de sus lectores al pasar a ser medio de pago. Y la retribución de la publicidad en Internet está concebida de un modo radicalmente distinto a la publicidad en prensa, de manera que el nuevo sistema no aporta recursos suficientes para hacer viables a los medios que vienen del papel. Así que, sabemos lo que puede costarnos un artículo, ¿pero cuánto vale en realidad?

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